jueves, 5 de agosto de 2010

Una noche des concierto – Ficciones de Raúl (3)

Porque detrás de las palabras no hay nada.
Son luces de bengala que se deshacen en el aire.
La madre de Beatriz en “El Cartero”


Si, fueron tan solo palabras. Conversación, fluida conversación. No pasó nada. Eso pensé al mirar las boletas que tenía en mi mano. No entiendo cómo, ni en qué momento pudieron llegar a este baúl. Las hacía tiradas y desechas en el suelo por miles de pisadas que corrían estrepitosas huyendo del concierto o tal vez del desconcierto. Yo voy a matar a ese hijueputa policía que le pegó a mi novia, recordé había gritado el hombre después de arrebatar el micrófono a la presentadora en la tarima. Se creó un silencio catastrófico. Si, un silencio de milésimas de segundo pero que fue suficiente para que un momento después una turba huyera previendo el desenlace. Que lástima me dijo, quería ver cantando a Andrea pues nunca la he visto en vivo. Por pura coincidencia había ido conmigo al Estadio. Tal vez era la última persona en quien hubiese pensado para ir, pensaba mientras comenzaba dormitar después de recibir de ella un tímido beso en mi mejilla y escuchar su buenas noches, con esa mirada de que rico que estés conmigo esta noche aquí en mi casa. Tenía cinco boletas VIP que me habían dado. Que curioso, boletas VIP para un concierto de Rock, pero era así. La vi en la cafetería y me saludó. Sonreí con una de esas sonrisas pre-fabricadas que se hicieron para autoconvencerse de que uno quiere caerle bien a todo el mundo. La verdad es que la conocía muy poco, había compartido con ella al menos un par de reuniones de tres horas y una conversación en mi oficina. Me parecía una joven tímida y tal vez inteligente. Esto último lo adivinaba en el juicio con que presentaba sus informes. ¿Qué es eso que llevas en la mano? Me preguntó, mientras me saludaba. Entre… son boletas… concierto de Rock… los grupos locales… Aterciopelados… me encantan… ya era una invitada más a una de las noches del Miche Rock Festival. Lo cierto es a veces lo más incierto, me decía a mi mismo, a la siete de la noche de ese jueves, mientras esperaba en el parqueadero, junto al carro, y nadie llegaba. Que vaina, me decía. Justo cuando decidía irme solo, ella apareció. Caminaba con su sonrisa. Ajá ¿vamos? Mmmm, estoy esperando al resto de gente…. Y ¿quiénes son? Una… dos… tres cancelaciones cuatro tú y cinco yo… vámonos sin ellos. ¿Tu carro o el mío? El tuyo dije… me gusta ser copiloto de mujeres, dejarme llevar. Hablábamos de todo. Poco a poco íbamos quitándonos todas esas capas que nos ponemos sobre nosotros como ropa. Era como si cada frase que me decía y cada cosa que me contaba fuese develando un poco más su parte interior y me incitara a contar una historia que pudiera desnudar un poco más la mía. Si, era un streptease mutuo. Voluntario. Seducido. Las risas eran cada vez más estrepitosas. El contexto se diluía, era cada vez más lejano, no había background, éramos ella y yo, una fusión, éramos palabras, gestos, lenguaje, conversación. Mi atención estaba centrada en su rostro, en sus gestos, en su risa, en su mirada, en sus palabras. Su atención estaba centrada en mi rostro, en mis gestos, en mi risa, en mi mirada, en las imágenes que creaban mis palabras. Mi éxtasis estaba en la espera de ese torbellino de sensaciones que emanaban de su boca, del movimiento al inclinar un poco hacia abajo su cabeza, de su risa un poco nerviosa, de sus gustos por la música, de sus historias de amores en pasado continuo. Fue una sola conversación. Comenzó en ese momento junto al carro… luego en el parqueadero de mi apartamento… en la fila de la entrada del concierto… en la agitada carrera de huida colectiva de su cierre… en las dos últimas frías de la noche en la Troja… en el quédate aquí esta noche, mira que no tienes carro y ya es tarde… en su sala, en su escalera, en la entrada de su cuarto… si, todo esto pensaba mientras comenzaba dormitar después de recibir de ella un tímido beso en mi mejilla y escuchar su buenas noches, con esa mirada de que rico que estés conmigo esta noche aquí en mi casa. Me di dos vueltas más en la cama, abracé la almohada y dormí profundamente hasta muy tarde al día siguiente en su cuarto de huéspedes.

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