jueves, 11 de noviembre de 2010

Un amor simple y sencillo - Ficciones de Raúl (8)

La trigueña Encarnación
la que baila muy sencillo
la trigueña Encarnación
la que baila muy sencillo
baila en un solo ladrillo
contundente y sabrosón
El paso de Encarnación - Antonio Machín






Esta vez mi ficción no provenía de nada dentro del baúl. En ese momento lo notaba, las cosas del baúl traían memorias muy ciertas y permanentes. Esta era difusa y efímera, más que un amor vivido era una propuesta que veía como casi absurda y perturbante. Acostumbrado a amores trascedentes, sociológicos, filosóficos, artísticos o literarios, esto era al parecer banal. Era casi una memoria de un tiempo presente. Una camiseta rosada de rayas blancas, tirada con desdén y descuido en el piso. Si, era una prenda bien diferente, encarnaba su juicio sobre el estilo estereotipado de lo juvenil. El rosa con el caqui te combinan bien y además, te hacen ver más joven. Esa era su ilusión. Ella con su veintiséis años… perdón, veinticinco… me decía, aunque sólo le faltara un par de meses para ello. Era una princesa de ébano, pensaba al recordar su cuerpo desnudo sobre mis sábanas blancas. Su cuerpo voluptuoso de formas y figuras grandes y llenas, tirado boca abajo. Al mirarla allí por primera vez, no pude evitar fugarme a mi niñez, de pequeños carros de madera y sin pistas eléctricas… recordé la sensación de mi mano empujando mi carrito sobre una ruta que poco a poco se acentuaba sobre los montículos de tierra que había preparado para tal fin. Esta vez el recorrido comenzaba desde sus pies. Era la segunda vez que sentía la misma sensación. Por lo general al describir unos pies pensaba en la imagen de unos pies descalzos, pero esta vez, al igual que otra oportunidad anterior de la cantante rockera, que no era el caso detallar en ese momento, estaba contemplando la imagen de unos pies desnudos. Si, resaltaban por su desnudez, por su erotismo y por la forma como inspiraban deseo. Entonces mi carrito patinaba hacia adelante y hacia atrás como tomando impulso, para luego comenzar a ascender por su pantorrilla, descendiendo por el accidente de su cavidad poplítea y luego subiendo, esta vez, por la parte trasera de sus muslos plenos. Te conozco muy bien me había dicho, conozco muy bien de tus gustos y de tus amores. Siempre dices que no te gustan las muchachitas y te confieso que no me gustan los viejos. Pero no te veo así, ni quiero que me veas así. Para mi eres tan sólo un hombre. Si de eso se trata, piensa que tan sólo te veo como un ser para mi maravilloso, a quien sólo quiero llegar y mirar a sus ojos con deseo. Para ese momento ya mi carrito recorría sus inmensas montañas, zigzagueaba, iba de un lugar a otro, perdía el rumbo, sin embargo, luego me maravillaba con la imagen de verlo rodar velozmente hacia el valle de su espalda. Si, ella sacaba ese niño dentro de mí. El hombre adulto, que jugaba a intelectual o a agente de cambio, desaparecía, sucumbía ante su sonrisa con sus labios gruesos y sus dientes hermosamente blancos, me perdía en su mirada de ojos profundamente claros en contraste con el color de su piel. Esos mismos ojos que brillaban con destello mientras bailaba al ritmo de Quinto Mayor de Celia Cruz, su disco preferido en cualquier estadero de Salsa, pero sobretodo en La Troja. Eso era ella, la encarnación de la Salsa. Cantaba cada canción, conocía sus títulos y sus intérpretes. Por primera vez, sentía que me amaba una mujer legítimamente salsera. La salsa estaba en su vida, en su sonrisa, en su mirada, en su color y en su movimiento. Ella encarnaba en sí misma la imagen de la Mulatona, de Anacaona o de la Trigueña Encarnación, quien “cuando se pone a bailar no hace más que tararear lo que la orquesta interpreta”. La salsa iba a estar en su vida antes, conmigo y después de mí. Sentía que al bailar con ella no sólo me contagiaba sino que me llevaba de la mano, me desplazaba, me acercaba, me metía con sutileza en su mundo, que el fondo era mi mundo. Luego, cuando me perdía, simplemente soltaba una carcajada juguetona, que incluía a la vez una pequeña dosis de burla, pero también de comprensión y caricia. No me interesa trabajar contigo, me había dicho ese día, o mejor esa mañana de Jueves pa´ Viernes, otra de esas noches de dos cervezas y un Gatorade, de conductor elegido, mientras íbamos en busca de un perro caliente, después de una velada de música para planchar. Prefiero que escuchemos música y bailemos. Si bien me gusta la academia, no quiero publicar contigo, prefiero tener mis propios temas y mis propios pensamientos y desde ahí amarte. No quiero hacer mi carrera contigo, quiero sólo llegar a ti besarte y hacerte el amor y que me hagas el amor. Si, era un amor dado desde la libertad, desde su propia libertad. Quiero abrirte un espacio a ti mismo, me reiteró, o, si lo quieres entender de una mejor manera, tan solo quiero ofrecerte un amor simple y sencillo.













jueves, 9 de septiembre de 2010

La mujer que siempre fue el centro de atención – Ficciones de Raúl (6)

Cortesía: Facebook tía Edilma
tal vez por celos,
los días miércoles se han confabulado contra los jueves,
pues ese día salen las Ficciones de Raúl,
trayéndole malas noticias que le han hecho imposible terminarlas
Tomado de un estado de Facebook




Ese día era también el centro de atención. Su presencia omnipotente atravesaba no solamente todas las conversaciones sino todos los sentimientos. Sus chistes y expresiones frecuentes con su consiguiente carcajada. Los boleros que siempre cantaba a los cuales les involucraba también su toque de humor. Si mi memoria no me falla, podía comenzar entonando con su voz un poco quebrada "esa flor ya no retoña, tiene muerto el corazón" y terminar con "dos gardenias para ti, con ellas quiero decir, te quiero, te adoro, mi vida", para luego concluir con una expresión jocosa sobre los amores, una recomendación y una carcajada. Cuando entró "la Mona" del pan, todos recordamos lo importante que era para ella la comida, a su juicio, original, típica y de mejor calidad: el biscocho de cuajada que hace la Mona, el arroz con leche de doña Trina, los huevos criollos del Salado, la cuajada de Leticia, el pan de trigo aliñado de doña Lupe. Si, pensándolo bien, la risa es el motor de todo y su humor, a manera de remolino, la convertía en un centro. Pero al contrario de un tornado, su fuerza, en lugar de atraer y concentrar para ella misma todas las energías, hacía mas bien que su energía fuese emanando a su alrededor y abrazara de una manera envolvente, divertida y cálida, a quienes estábamos en su entorno, no importando a que distancia. Si, ella calificaba a las personas, a todos nosotros. Establecía estándares de comportamiento, los cuales, sin ser camisa de fuerza, se convertían en referencia. Pero lo hacía siempre de una manera sutil, con la frase genial, con el comentario al parecer desprevenido pero irónico, con el refrán apropiado. Entonces la risa se convertía en rubor y ¿porque no? en achante. Pero era así, era su manera de hacer las cosas, de decir las cosas, de ordenar el mundo, de ordenarnos el mundo. Al final, como un chiste, la vida le regaló dos formas de memoria: la que siempre tuvo desde siempre y que le permitía recordar momentos, personas, sentimientos, segundos, meses o años, con un nivel tal de detalle, que su descripción tomaría al menos diez veces mas el tiempo que en el que los mismos ocurrieron. El vestido que llevaba, el ademán que hizo, cual era su intención, la canción que sonaba en el fondo, la flor que estaba en la matera, el color del mosaico del piso. Y la otra memoria, la memoria del instante y el olvido. Si, al final, su memoria reciente ya no existía. Uno podía llegar a hablar con ella y al mirarla lo saludaba con mucha efusividad, y podía pasarse horas en su compañía. Luego, salía por un instante y regresaba, y el momento anterior que con ella había vivido era completamente inexistente. Nuevamente lo saludaba a uno con mucha efusividad y de nuevo podía pasarse horas hablando con ella, pero como en “50 primeras citas” en cada oportunidad la escena comenzaba otra vez. Ese día supe que ya no escucharía más sus comentarios jocosos pero irónicos. Ya no sería más el “sinvergüenza que no se ajuiciaba”. Ese día la casa estaba sin las “dos gardenias para ti” y sin “una flor sin retoño”. Ese día no sabía igual el arroz con leche de doña Trina, ni el pan de cuajada de la Mona, ni los huevos criollos del Salado, ni el pan aliñado de doña Lupe. Ese día ella se reflejaba en caras de tristeza y los ojos de llanto. Si, no pude dejar de recordarla al encontrar en el baúl esa pequeña libreta que ese día me entregó mi madre, con sus hojas de un tono amarillo, que recordaba que fueron blancas, en la cual con su propia mano había escrito la oración que ella siempre le enseñó: “En el seno de mi hogar hay, buen Jesús, penas muy hondas y secretas. Si Tú reinaras entre los míos, con toda la intensidad del amor que Tú mereces, ah! no habría en mi casa tantos ni tan amargos pesares! Ven, ven oh! Amigo de Betania, pues en mi familia hay alguien que está enfermo y Tú le amas”. Si, ese fue ese día en que por una jugada magistral del tiempo, un miércoles no dejó ser jueves, por eso no hubo ficción, ni escritura, por eso no hubo pérdida, ni secreto, porque ese día como siempre ella seguía siendo el centro de atención, porque ese día no tenía mi propia energía, porque ese día mi energía gravitaba alrededor de la de ella, porque ese día fue un día muy especial, porque fue el día en que murió mi abuela.

jueves, 19 de agosto de 2010

Las mujeres en la cocina – Ficciones de Raúl (5)


Tita... de igual forma confundía el gozo de vivir con el de comer
Laura Esquivel en "Como agua para el Chocolate"




[10:25:30 p.m.] podrías hacerme un favor? cuáles son los ingredientes de la pasta y del salmón que siempre me preparas y que tanto me gustan?
[10:26:09 p.m.] tomates rojos
[10:26:18 p.m.] ajo... 2 dientes
[10:26:23 p.m.] media cebolla blanca
[10:26:30 p.m.] aceite de oliva
[10:26:32 p.m.] albahaca
[10:26:48 p.m.] empiezas con el ajo y la cebolla[10:26:52 p.m.] luego el tomate
[10:27:01 p.m.] al final la albahaca
[10:28:03 p.m.] la pasta se va cocinando simultáneamente
[10:33:03 p.m.] Y cómo se prepara el salmón?
[10:33:46 p.m.] se marina (remoja) con jugo de naranja y azúcar
[10:33:56 p.m.] pero recuerda que todo esto no es igual sin tu portátil en la cocina con tu música y los Mojitos que preparas mientras tanto.


Si, recuerdo perfectamente aquella noche en que te pedí la receta. Luego, repasé los ingredientes uno a uno en mi cocina y a las 11 y 20 disfrutaba ya de aquel delicioso plato. Ya no la olvidaría jamás. Sin embargo, aunque de manera absurda, aún guardaba ajada e impregnada del olor, color y tal vez del sabor de varios de los ingredientes allí anotados, esa hoja de papel con la impresión de la receta, dictada por medio del Chat del Skype, la cual como un ritual, como un mito, como un agüero, me acompañaba cada vez que la preparaba. Siempre con la certeza de que al no tenerla sobre el mesón, al no permitir que bien una gota de aceite de oliva, o el humor de una cebolla o un poco de zumo de naranja, la humedecieran un poco o dejaran una huella sobre ella, el resultado final no sería igual, la pasta y el salmón quedarían insaboros, insípidos. Sabía exactamente por qué estaba en el baúl. El sólo hecho de sentirla en mis manos, de releerla, me hacía evocar no sólo el recuerdo de las veces que la preparé en mi apartamento, en las que hacía gala ante mis invitados de las tantas cosas que había aprendido de ella, sino también del origen de mi gusto por esta combinación. Me traía a la memoria esos días de de regreso a ti. Precisamente ese jueves, la conversación telefónica, yo desde la sala de espera, y tú desde el supermercado. No te imaginas el vino que conseguí. Si, ¿te parece pasta con salmón? No se, habría que probar. Ah! y un ron cubano, muy bueno. ¿Habana Club? Si pero del blanco, para preparar Mojitos. Es una sorpresa verás como me queda. ¿Sabes preparar Mojitos? Espera un momento me están pesando el pescado. Bye, hablamos luego, llamaron a abordar... ¿Quieres que ayude en algo? Mmm, no se... Confieso que me gusta verte cocinar, contemplar la forma en que cortas la cebolla, la imagen de tus dedos sujetándola en una combinación entre fuerza y dulzura, luego el cuchillo que se hunde en una distancia justa, primero con un poco de presión que corta y que rompe y luego deslizándose hacia abajo de una manera suave y fina. Tal vez por contemplarte me demoro un poco en instalar mi equipo. Si, música cubana ¿cómo te parece? Tal vez suene como un lugar común, pero comienzo con Cachao. He repasado mentalmente toda la serenata, pero al ritmo de la cuchara de palo que se mueve en el wok y del sonido del salmón al hacer contacto con el aceite de oliva en la sartén, mientras le viertes el vinagre balsámico, la programación va cambiando. El ritmo de las canciones que sale de los pequeños parlantes acondicionados a manera de Home Teather y los sonidos que emanan de la estufa, se funden con el olor que invade la cocina y con el sabor de los primeros Mojitos que acabo de preparar. Si, había bajado el vídeo de Youtube. Por lo menos unas 10 versiones. Comparado minuciosamente. Preguntado con expertos. En fin, toda una búsqueda, pero a como diera lugar había aprendido a preparar Mojitos. Sabía que aunque su coctel preferido era el Margarita clásico, lo cubano también era muy especial para ella. Con el paso del tiempo había aprendido el lugar exacto de colocación de los individuales, las servilletas, los vasos y los cubiertos al servir la mesa y regularmente lo hacía. Me encantaba hacerlo. Terminando el segundo trago no caminaba, bailaba, se desplazaba al ritmo de la música mientras servía cada plato, sonreía ante cada comentario, se inclinaba sobre mi hombro y besaba suavemente mi mejilla, mientras yo preparaba el jugo de limón para el siguiente. Cada bocado era un éxtasis, el sentido del gusto se extendía, sentía en mi paladar como un compilado de información traído por todos los demás. Combinado con el "Viu Manent Reserva Chardonnay del 2009", podía identificar el sabor de "Sorpresa de harina con boniato", del humo que aún salía de las ollas, del limón tajado en rodajas, del rojizo del salmón, de la manera de cortarlo, de la medida justa de ron para el coctel, de la mirada y del abrazo al recibirme, de cada beso transcurrido durante la cena, de cada uno de los momentos en que bailamos y nos miramos fijamente. Mientras lavábamos la losa, después de pelearnos por quien ponía el jabón y quien enjuagaba, después de reírnos al comparar la postura de los guantes con la de los preservativos, mientras sentíamos esa sensación de quietud que aparece después de un clímax, pensaba: si, definitivamente, así, de esta manera, me gustan las mujeres en la cocina.

jueves, 12 de agosto de 2010

Un hombre sin secretos – Ficciones de Raúl (4)

me puedes guardar un secreto, me dijo...
soy un hombre sin secretos, lo siento, tal vez me es imposible,
mmm, no importa, tan sólo pensé que podría ser tu secreto...

Ella sabía todo de mí. Estaba a su merced. Es posible que eso me hiciera frágil. Tal vez no, al contrario. Pensaba que mi mayor fortaleza era mi fragilidad. Nunca supe en que momento había desaprendido esos movimientos de los músculos del rostro, del cuello, de los hombros, y ese tono de la voz que nos permiten sostener una mentira y seguir actuando con esa llamada "naturalidad", para los cuales me habían entrenado muy bien desde mi infancia. Sin proponérmelo había decidido ser así. No tener secretos. Buscar una transparencia absoluta que intuía como expresión de libertad. Quería ser así. Quería tener una aceptación total. Tal como soy. Las cosas que hago. Como las hago. Cuando las hago. Me sentía con el derecho pleno. Por eso contaba todo, hablaba de todo. A quien conocía, lo que sentía, lo que dejaba de sentir. Ella podía entrar y salir de mi vida, todo el tiempo, a cualquier hora. Por eso siempre estaba disponible al teléfono y nunca dejaba de contestar una llamada. Me puedes llamar a cualquier hora, decía, en cualquier momento, siempre te contestaré. Igual al contrario ¿Ves como soy? Siempre contesto el teléfono, delante de ti, no importa con quien hable, no tengo nada que ocultar. O el Messenger, siempre atento, siempre en el BalckBerry, nunca te he dejado de contestar. También por Skype, todo el tiempo, si, hablando, con el vídeo, puedes ver mi sala, mi cocina, mi cuarto, todo, siempre expuesto. Sentía entonces que cuando me miraba podía penetrar dentro de mí. Dentro, muy dentro, casi sin límite. Podía predecirme, podía adivinar mis lugares, mis tiempos y mis acciones. Podía saber con seguridad la cantidad de amor que le expresaba en cada momento y las cercanías y lejanías de acuerdo con mi estado de ánimo. Otras veces pienso que no era yo. Que no era mi transparencia. Que en realidad no era traslúcido. Que todo estaba en ella. Era su intuición, su mirada, su tacto, su paciencia. Me leía, me escaneaba, me olfateaba. Pero todo de manera silenciosa, despreocupada, sin ninguna intención. Más bien como un ejercicio rutinario, sin esfuerzo alguno, como cuando se respira. Como parte de una mágica habilidad lograda que hacia parte de su ser. Al final, eso no importaba, fuese ella o fuese yo mi sensación era la misma. Sin embargo, ¿qué sentía ella? ¿De qué manera asimilaba mi vulnerabilidad? ¿La usaba acaso tal vez de manera sutil como una forma de manipulación? Al principio no importaban, pero poco a poco iban minando estas preguntas, se hacían más grandes, de un susurro se fueron convirtiendo en gritos que poco a poco resonaban. Si, fue así. Igual sin proponérmelo una tarde no las pude aguantar más, tenía una fuerte angustia, sentía un nudo en alguna parte, no en la garganta, tal vez en los tobillos, en la cien, en los ojos o en la boca. Sentía como si mi cuerpo no tuviese espacio propio. Era etéreo, volátil, informe. Necesitaba asirme a un punto, a un ancla, una capa sobre mí que pudiera, aunque fuese por un momento, detener esa mirada. Necesitaba un referente que me hiciera sentir que tenía una certeza. Y apareció, vino entonces el momento revelador, la idea absurda pero salvadora. Necesitaba tener un secreto. Si, un secreto. Como era un hombre sin secretos tenía la imperiosa necesidad de inventarme un secreto. Por eso comencé a desaparecer, si, lo hacía cada jueves, a la misma hora, la misma ausencia, la misma escusa. La misma pregunta ¿y Raúl? ¿Cada jueves? ¿A la misma hora? ¿La misma ausencia? ¿La misma excusa? Si la misma pregunta. Si no fuese por esta USB pegada con cinta a una tarjeta y con chinches al techo del baúl, con más de cien canciones de múltiples dedicatorias, con más de cien archivos en Word con igual cantidad de escritos de ficciones, que tal vez en algún momento comience a compartir, todos con la fecha de esos jueves, a la misma hora, de la misma ausencia, de esta historia del invento del secreto no sabría hoy si fue simplemente un sueño, o tan sólo una ficción más de las allí guardadas.

jueves, 5 de agosto de 2010

Una noche des concierto – Ficciones de Raúl (3)

Porque detrás de las palabras no hay nada.
Son luces de bengala que se deshacen en el aire.
La madre de Beatriz en “El Cartero”


Si, fueron tan solo palabras. Conversación, fluida conversación. No pasó nada. Eso pensé al mirar las boletas que tenía en mi mano. No entiendo cómo, ni en qué momento pudieron llegar a este baúl. Las hacía tiradas y desechas en el suelo por miles de pisadas que corrían estrepitosas huyendo del concierto o tal vez del desconcierto. Yo voy a matar a ese hijueputa policía que le pegó a mi novia, recordé había gritado el hombre después de arrebatar el micrófono a la presentadora en la tarima. Se creó un silencio catastrófico. Si, un silencio de milésimas de segundo pero que fue suficiente para que un momento después una turba huyera previendo el desenlace. Que lástima me dijo, quería ver cantando a Andrea pues nunca la he visto en vivo. Por pura coincidencia había ido conmigo al Estadio. Tal vez era la última persona en quien hubiese pensado para ir, pensaba mientras comenzaba dormitar después de recibir de ella un tímido beso en mi mejilla y escuchar su buenas noches, con esa mirada de que rico que estés conmigo esta noche aquí en mi casa. Tenía cinco boletas VIP que me habían dado. Que curioso, boletas VIP para un concierto de Rock, pero era así. La vi en la cafetería y me saludó. Sonreí con una de esas sonrisas pre-fabricadas que se hicieron para autoconvencerse de que uno quiere caerle bien a todo el mundo. La verdad es que la conocía muy poco, había compartido con ella al menos un par de reuniones de tres horas y una conversación en mi oficina. Me parecía una joven tímida y tal vez inteligente. Esto último lo adivinaba en el juicio con que presentaba sus informes. ¿Qué es eso que llevas en la mano? Me preguntó, mientras me saludaba. Entre… son boletas… concierto de Rock… los grupos locales… Aterciopelados… me encantan… ya era una invitada más a una de las noches del Miche Rock Festival. Lo cierto es a veces lo más incierto, me decía a mi mismo, a la siete de la noche de ese jueves, mientras esperaba en el parqueadero, junto al carro, y nadie llegaba. Que vaina, me decía. Justo cuando decidía irme solo, ella apareció. Caminaba con su sonrisa. Ajá ¿vamos? Mmmm, estoy esperando al resto de gente…. Y ¿quiénes son? Una… dos… tres cancelaciones cuatro tú y cinco yo… vámonos sin ellos. ¿Tu carro o el mío? El tuyo dije… me gusta ser copiloto de mujeres, dejarme llevar. Hablábamos de todo. Poco a poco íbamos quitándonos todas esas capas que nos ponemos sobre nosotros como ropa. Era como si cada frase que me decía y cada cosa que me contaba fuese develando un poco más su parte interior y me incitara a contar una historia que pudiera desnudar un poco más la mía. Si, era un streptease mutuo. Voluntario. Seducido. Las risas eran cada vez más estrepitosas. El contexto se diluía, era cada vez más lejano, no había background, éramos ella y yo, una fusión, éramos palabras, gestos, lenguaje, conversación. Mi atención estaba centrada en su rostro, en sus gestos, en su risa, en su mirada, en sus palabras. Su atención estaba centrada en mi rostro, en mis gestos, en mi risa, en mi mirada, en las imágenes que creaban mis palabras. Mi éxtasis estaba en la espera de ese torbellino de sensaciones que emanaban de su boca, del movimiento al inclinar un poco hacia abajo su cabeza, de su risa un poco nerviosa, de sus gustos por la música, de sus historias de amores en pasado continuo. Fue una sola conversación. Comenzó en ese momento junto al carro… luego en el parqueadero de mi apartamento… en la fila de la entrada del concierto… en la agitada carrera de huida colectiva de su cierre… en las dos últimas frías de la noche en la Troja… en el quédate aquí esta noche, mira que no tienes carro y ya es tarde… en su sala, en su escalera, en la entrada de su cuarto… si, todo esto pensaba mientras comenzaba dormitar después de recibir de ella un tímido beso en mi mejilla y escuchar su buenas noches, con esa mirada de que rico que estés conmigo esta noche aquí en mi casa. Me di dos vueltas más en la cama, abracé la almohada y dormí profundamente hasta muy tarde al día siguiente en su cuarto de huéspedes.

jueves, 29 de julio de 2010

La Sensación de Carolina - Ficciones de Raúl (2)

Te buscaba allí, y tú siempre presente…


Levanté su tapa mientras me invadía una zozobra y se dibujaba una mirada de expectativa sobre mi rostro. Era como si de pronto un manto de olvido hubiese arropado mi memoria y de una manera traslúcida dejara escapar sólo sospechas sobre lo allí guardado. Certezas, era lo único que intuía. Levanté la mirada hacia el rincón y llegó entonces esa imagen del Boulevard y la sensación de Carolina. Si, fue un encuentro inesperado. Sus palabras sonaban como los gritos de las conversaciones de las noches de viernes de Troja, mientras bajábamos en medio del bullicio de la calle. Ella con su codo sobre mi hombro caminando por el bordillo central, mientras yo lo hacía por la plena calle. Ella jugueteaba con su pelo y sonreía. Los carros pasaban veloces junto a mí y gozábamos con la sensación no tan ficticia del peligro. Era casi un medio día de jueves con cara de domingo y con tráfico de lunes por la mañana. La vida es tan fácil así, sentía. Todo era de repente como mágico. Me miró mientras caminaba hacia ella, me esperó, me dio un pequeño beso, de esos besos que te rozan no sólo los labios sino ese límite delicioso de la sensación presencia ausencia, cercanía distancia, toque vacío. Así era ella, siempre jugaba con el deseo, tenía el tacto suficiente para saber la gama de intensidades necesarias en el toque de las manos, en la presión de su codo sobre mi hombro, en el roce de su pelo sobre mi cara, en el tiempo de su mirada sobre la mía y luego en el movimiento sutil de retirada, en la dejadez de su cuerpo sobre mí, en la insinuación de los besos y hasta en el gesto de esa risa que llega al instante mínimo necesario para convertirse en cómplice. Aunque no lo creas te estaba esperando - me dijo-, no sé por qué ya te adivino. No había habido cita, ni llamada, ni aviso. Me sentí desnudo, era como si sus palabras me devolvieran unos metros y unos segundos atrás y comenzara nuevamente a repetirse la escena del encuentro. Era como si su mirada, su sonrisa y su movimiento fuesen diluyendo mi camiseta, el viejo jean y poco a poco desapareciera la suela de mis tenis, de manera que sentía el calor del cemento del andén quemándome la planta de los pies. Justo en ese instante ya no tenía ruta. Ese paso firme y decidido de una hora atrás ya no existía. Había desechado la idea de un pulguero, había recorrido distintas calles, había preguntado en varias partes, había sacado algo de dinero del cajero, no recuerdo cuanto en este instante, pero sentía que era suficiente para comprar una certeza. Fue sólo mientras tomaba un Latte en Juan Valdez cuando supe del mercado de antigüedades del Boulevard. La foto estaba en un pequeño letrerito que anunciaba colecciones de remate. Fue como si al ver su imagen, esa esquina vacía de mi sala tomara forma en mi cabeza, podía ver ese viejo baúl allí, bien sobre el piso, sobre la pequeña mesita de mimbre o sobre el tapete hindú guardado y sin uso. Decidí tomar un taxi y llegar rápido, la venta se había iniciado hace tres días y a lo mejor esta preciada pieza ya no estaba. Amigo, ¿por cuánto hasta el mercadito del Boulevard? Son siete barritas. ¿Siete barritas? Eso es un tumbe. Usté verá… mire como está el tráfico… deje de ser tacaño…, no joda. Lo intenté con dos taxis o más, pero igual, la suerte estaba echada, aunque hacía calor fui bajando a pie, poco a poco, entre las esporádicas sombras de árboles dispersos a lo largo del andén. Pasaban muchas cosas por mi mente pero sólo volví a tomar conciencia de mí mismo al escuchar las rechiflas, los silbidos, los gritos y los improperios de la gente al verme caminar desnudo hacia el encuentro con ella, sintiendo un calor infinito abrazándome los pies. Pero esa sensación duró tan sólo un segundo, al instante desapareció y sin darme cuenta ya íbamos calle abajo pateando hojas y esquivando carros por el todo el centro del nuevo y de moda Boulevard.

jueves, 22 de julio de 2010

El Baúl de las Certezas - Ficciones de Raúl (1)

Con tu imagen recurrente en mi cabeza, eres o no eres pienso,
ficción o realidad, no sé, voy a abrir el baúl…


Abrí el viejo baúl del rincón, siempre había estado allí, con su cuero cuarteado a la manera de testigo de los años y de los tiempos. Era la caja de pandora. ¿Para qué abrirlo? ¿Sólo curiosidad? ¿Necesidad infinita de certezas? No lo sé. Simplemente lo arrastre lentamente, y digo lentamente no por la intención sino por su propio peso. Rayaba la vieja marquesina del piso de madera. Así era él, sabía que iba a ser abierto y tenía que dejar su huella. No sé por qué lo abrí, ¿debí haberlo dejado allí?: cansado, pesado, seguro. Si sobretodo seguro. Era como una certeza infinita que uno solo la sabe cuando la lleva por dentro. Cual clásica escena cinematográfica pasé mi mano sobre su tapa como intentando limpiar un polvo inexistente y luego con fuerza soplé sobre él. La escena no dejó de provocarme risa. Era como ese momento secreto en que descubro que la misma vida crea esa escena audiovisual que creemos como mágica o como lugar común. Si, la vida es a veces como el cine. Me sentía como parte de una producción, como si yo mismo dirigiera los hilos de una gran historia, como si hubiese escrito ese libreto para mí mismo, desde hace mucho tiempo. Como si hubiese vivido mis últimos años haciendo la pre-producción de la escena de esa noche. Como si aquella mañana de jueves perezoso, con la excusa de huir de mi trabajo, me hubiese sentado a libretear una escena tal vez de desencanto. Entonces, miré hacia el rincón y vi con precisión aquel lugar que tenía la ausencia de algo mágico. Por ese entonces, era una vida de miedos y de dudas, necesitaba una certeza. Ese rincón era exactamente el rincón de las certezas, pero no tenía ninguna. Para ese momento ya la pluma hacía sus trazos, ese yo omnipresente, escribía mis propios parlamentos, no como palabras, tal vez cual pensamientos, deseos, anhelos. ¿Pero dónde comprar una certeza? Ni idea, había que salir a buscar. ¿Pero cómo vestirse para ir a buscar una certeza? Eso depende, pensé. No quiero certezas muy formales… no en este momento, además nunca he usado ni sacos ni corbatas… creo que las corbatas son una suerte de efecto simbólico de aceptación de la amenaza cotidiana de ahorcarnos que nos genera el capital… que bien señor libretista, que frases tan trascendentales pones en mis parlamentos. Creo que esta frase más allá de pensarla la terminé de decir en voz alta. Allí apareció el propio lugar común… los viejos Converse, el viejo Jean, la camiseta raída pero cómoda… Jajaja, me reía con sorna mientras salía caminando con las manos en los bolsillos hacia el pulguero.