jueves, 11 de noviembre de 2010

Un amor simple y sencillo - Ficciones de Raúl (8)

La trigueña Encarnación
la que baila muy sencillo
la trigueña Encarnación
la que baila muy sencillo
baila en un solo ladrillo
contundente y sabrosón
El paso de Encarnación - Antonio Machín






Esta vez mi ficción no provenía de nada dentro del baúl. En ese momento lo notaba, las cosas del baúl traían memorias muy ciertas y permanentes. Esta era difusa y efímera, más que un amor vivido era una propuesta que veía como casi absurda y perturbante. Acostumbrado a amores trascedentes, sociológicos, filosóficos, artísticos o literarios, esto era al parecer banal. Era casi una memoria de un tiempo presente. Una camiseta rosada de rayas blancas, tirada con desdén y descuido en el piso. Si, era una prenda bien diferente, encarnaba su juicio sobre el estilo estereotipado de lo juvenil. El rosa con el caqui te combinan bien y además, te hacen ver más joven. Esa era su ilusión. Ella con su veintiséis años… perdón, veinticinco… me decía, aunque sólo le faltara un par de meses para ello. Era una princesa de ébano, pensaba al recordar su cuerpo desnudo sobre mis sábanas blancas. Su cuerpo voluptuoso de formas y figuras grandes y llenas, tirado boca abajo. Al mirarla allí por primera vez, no pude evitar fugarme a mi niñez, de pequeños carros de madera y sin pistas eléctricas… recordé la sensación de mi mano empujando mi carrito sobre una ruta que poco a poco se acentuaba sobre los montículos de tierra que había preparado para tal fin. Esta vez el recorrido comenzaba desde sus pies. Era la segunda vez que sentía la misma sensación. Por lo general al describir unos pies pensaba en la imagen de unos pies descalzos, pero esta vez, al igual que otra oportunidad anterior de la cantante rockera, que no era el caso detallar en ese momento, estaba contemplando la imagen de unos pies desnudos. Si, resaltaban por su desnudez, por su erotismo y por la forma como inspiraban deseo. Entonces mi carrito patinaba hacia adelante y hacia atrás como tomando impulso, para luego comenzar a ascender por su pantorrilla, descendiendo por el accidente de su cavidad poplítea y luego subiendo, esta vez, por la parte trasera de sus muslos plenos. Te conozco muy bien me había dicho, conozco muy bien de tus gustos y de tus amores. Siempre dices que no te gustan las muchachitas y te confieso que no me gustan los viejos. Pero no te veo así, ni quiero que me veas así. Para mi eres tan sólo un hombre. Si de eso se trata, piensa que tan sólo te veo como un ser para mi maravilloso, a quien sólo quiero llegar y mirar a sus ojos con deseo. Para ese momento ya mi carrito recorría sus inmensas montañas, zigzagueaba, iba de un lugar a otro, perdía el rumbo, sin embargo, luego me maravillaba con la imagen de verlo rodar velozmente hacia el valle de su espalda. Si, ella sacaba ese niño dentro de mí. El hombre adulto, que jugaba a intelectual o a agente de cambio, desaparecía, sucumbía ante su sonrisa con sus labios gruesos y sus dientes hermosamente blancos, me perdía en su mirada de ojos profundamente claros en contraste con el color de su piel. Esos mismos ojos que brillaban con destello mientras bailaba al ritmo de Quinto Mayor de Celia Cruz, su disco preferido en cualquier estadero de Salsa, pero sobretodo en La Troja. Eso era ella, la encarnación de la Salsa. Cantaba cada canción, conocía sus títulos y sus intérpretes. Por primera vez, sentía que me amaba una mujer legítimamente salsera. La salsa estaba en su vida, en su sonrisa, en su mirada, en su color y en su movimiento. Ella encarnaba en sí misma la imagen de la Mulatona, de Anacaona o de la Trigueña Encarnación, quien “cuando se pone a bailar no hace más que tararear lo que la orquesta interpreta”. La salsa iba a estar en su vida antes, conmigo y después de mí. Sentía que al bailar con ella no sólo me contagiaba sino que me llevaba de la mano, me desplazaba, me acercaba, me metía con sutileza en su mundo, que el fondo era mi mundo. Luego, cuando me perdía, simplemente soltaba una carcajada juguetona, que incluía a la vez una pequeña dosis de burla, pero también de comprensión y caricia. No me interesa trabajar contigo, me había dicho ese día, o mejor esa mañana de Jueves pa´ Viernes, otra de esas noches de dos cervezas y un Gatorade, de conductor elegido, mientras íbamos en busca de un perro caliente, después de una velada de música para planchar. Prefiero que escuchemos música y bailemos. Si bien me gusta la academia, no quiero publicar contigo, prefiero tener mis propios temas y mis propios pensamientos y desde ahí amarte. No quiero hacer mi carrera contigo, quiero sólo llegar a ti besarte y hacerte el amor y que me hagas el amor. Si, era un amor dado desde la libertad, desde su propia libertad. Quiero abrirte un espacio a ti mismo, me reiteró, o, si lo quieres entender de una mejor manera, tan solo quiero ofrecerte un amor simple y sencillo.