jueves, 29 de julio de 2010

La Sensación de Carolina - Ficciones de Raúl (2)

Te buscaba allí, y tú siempre presente…


Levanté su tapa mientras me invadía una zozobra y se dibujaba una mirada de expectativa sobre mi rostro. Era como si de pronto un manto de olvido hubiese arropado mi memoria y de una manera traslúcida dejara escapar sólo sospechas sobre lo allí guardado. Certezas, era lo único que intuía. Levanté la mirada hacia el rincón y llegó entonces esa imagen del Boulevard y la sensación de Carolina. Si, fue un encuentro inesperado. Sus palabras sonaban como los gritos de las conversaciones de las noches de viernes de Troja, mientras bajábamos en medio del bullicio de la calle. Ella con su codo sobre mi hombro caminando por el bordillo central, mientras yo lo hacía por la plena calle. Ella jugueteaba con su pelo y sonreía. Los carros pasaban veloces junto a mí y gozábamos con la sensación no tan ficticia del peligro. Era casi un medio día de jueves con cara de domingo y con tráfico de lunes por la mañana. La vida es tan fácil así, sentía. Todo era de repente como mágico. Me miró mientras caminaba hacia ella, me esperó, me dio un pequeño beso, de esos besos que te rozan no sólo los labios sino ese límite delicioso de la sensación presencia ausencia, cercanía distancia, toque vacío. Así era ella, siempre jugaba con el deseo, tenía el tacto suficiente para saber la gama de intensidades necesarias en el toque de las manos, en la presión de su codo sobre mi hombro, en el roce de su pelo sobre mi cara, en el tiempo de su mirada sobre la mía y luego en el movimiento sutil de retirada, en la dejadez de su cuerpo sobre mí, en la insinuación de los besos y hasta en el gesto de esa risa que llega al instante mínimo necesario para convertirse en cómplice. Aunque no lo creas te estaba esperando - me dijo-, no sé por qué ya te adivino. No había habido cita, ni llamada, ni aviso. Me sentí desnudo, era como si sus palabras me devolvieran unos metros y unos segundos atrás y comenzara nuevamente a repetirse la escena del encuentro. Era como si su mirada, su sonrisa y su movimiento fuesen diluyendo mi camiseta, el viejo jean y poco a poco desapareciera la suela de mis tenis, de manera que sentía el calor del cemento del andén quemándome la planta de los pies. Justo en ese instante ya no tenía ruta. Ese paso firme y decidido de una hora atrás ya no existía. Había desechado la idea de un pulguero, había recorrido distintas calles, había preguntado en varias partes, había sacado algo de dinero del cajero, no recuerdo cuanto en este instante, pero sentía que era suficiente para comprar una certeza. Fue sólo mientras tomaba un Latte en Juan Valdez cuando supe del mercado de antigüedades del Boulevard. La foto estaba en un pequeño letrerito que anunciaba colecciones de remate. Fue como si al ver su imagen, esa esquina vacía de mi sala tomara forma en mi cabeza, podía ver ese viejo baúl allí, bien sobre el piso, sobre la pequeña mesita de mimbre o sobre el tapete hindú guardado y sin uso. Decidí tomar un taxi y llegar rápido, la venta se había iniciado hace tres días y a lo mejor esta preciada pieza ya no estaba. Amigo, ¿por cuánto hasta el mercadito del Boulevard? Son siete barritas. ¿Siete barritas? Eso es un tumbe. Usté verá… mire como está el tráfico… deje de ser tacaño…, no joda. Lo intenté con dos taxis o más, pero igual, la suerte estaba echada, aunque hacía calor fui bajando a pie, poco a poco, entre las esporádicas sombras de árboles dispersos a lo largo del andén. Pasaban muchas cosas por mi mente pero sólo volví a tomar conciencia de mí mismo al escuchar las rechiflas, los silbidos, los gritos y los improperios de la gente al verme caminar desnudo hacia el encuentro con ella, sintiendo un calor infinito abrazándome los pies. Pero esa sensación duró tan sólo un segundo, al instante desapareció y sin darme cuenta ya íbamos calle abajo pateando hojas y esquivando carros por el todo el centro del nuevo y de moda Boulevard.

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