jueves, 19 de agosto de 2010

Las mujeres en la cocina – Ficciones de Raúl (5)


Tita... de igual forma confundía el gozo de vivir con el de comer
Laura Esquivel en "Como agua para el Chocolate"




[10:25:30 p.m.] podrías hacerme un favor? cuáles son los ingredientes de la pasta y del salmón que siempre me preparas y que tanto me gustan?
[10:26:09 p.m.] tomates rojos
[10:26:18 p.m.] ajo... 2 dientes
[10:26:23 p.m.] media cebolla blanca
[10:26:30 p.m.] aceite de oliva
[10:26:32 p.m.] albahaca
[10:26:48 p.m.] empiezas con el ajo y la cebolla[10:26:52 p.m.] luego el tomate
[10:27:01 p.m.] al final la albahaca
[10:28:03 p.m.] la pasta se va cocinando simultáneamente
[10:33:03 p.m.] Y cómo se prepara el salmón?
[10:33:46 p.m.] se marina (remoja) con jugo de naranja y azúcar
[10:33:56 p.m.] pero recuerda que todo esto no es igual sin tu portátil en la cocina con tu música y los Mojitos que preparas mientras tanto.


Si, recuerdo perfectamente aquella noche en que te pedí la receta. Luego, repasé los ingredientes uno a uno en mi cocina y a las 11 y 20 disfrutaba ya de aquel delicioso plato. Ya no la olvidaría jamás. Sin embargo, aunque de manera absurda, aún guardaba ajada e impregnada del olor, color y tal vez del sabor de varios de los ingredientes allí anotados, esa hoja de papel con la impresión de la receta, dictada por medio del Chat del Skype, la cual como un ritual, como un mito, como un agüero, me acompañaba cada vez que la preparaba. Siempre con la certeza de que al no tenerla sobre el mesón, al no permitir que bien una gota de aceite de oliva, o el humor de una cebolla o un poco de zumo de naranja, la humedecieran un poco o dejaran una huella sobre ella, el resultado final no sería igual, la pasta y el salmón quedarían insaboros, insípidos. Sabía exactamente por qué estaba en el baúl. El sólo hecho de sentirla en mis manos, de releerla, me hacía evocar no sólo el recuerdo de las veces que la preparé en mi apartamento, en las que hacía gala ante mis invitados de las tantas cosas que había aprendido de ella, sino también del origen de mi gusto por esta combinación. Me traía a la memoria esos días de de regreso a ti. Precisamente ese jueves, la conversación telefónica, yo desde la sala de espera, y tú desde el supermercado. No te imaginas el vino que conseguí. Si, ¿te parece pasta con salmón? No se, habría que probar. Ah! y un ron cubano, muy bueno. ¿Habana Club? Si pero del blanco, para preparar Mojitos. Es una sorpresa verás como me queda. ¿Sabes preparar Mojitos? Espera un momento me están pesando el pescado. Bye, hablamos luego, llamaron a abordar... ¿Quieres que ayude en algo? Mmm, no se... Confieso que me gusta verte cocinar, contemplar la forma en que cortas la cebolla, la imagen de tus dedos sujetándola en una combinación entre fuerza y dulzura, luego el cuchillo que se hunde en una distancia justa, primero con un poco de presión que corta y que rompe y luego deslizándose hacia abajo de una manera suave y fina. Tal vez por contemplarte me demoro un poco en instalar mi equipo. Si, música cubana ¿cómo te parece? Tal vez suene como un lugar común, pero comienzo con Cachao. He repasado mentalmente toda la serenata, pero al ritmo de la cuchara de palo que se mueve en el wok y del sonido del salmón al hacer contacto con el aceite de oliva en la sartén, mientras le viertes el vinagre balsámico, la programación va cambiando. El ritmo de las canciones que sale de los pequeños parlantes acondicionados a manera de Home Teather y los sonidos que emanan de la estufa, se funden con el olor que invade la cocina y con el sabor de los primeros Mojitos que acabo de preparar. Si, había bajado el vídeo de Youtube. Por lo menos unas 10 versiones. Comparado minuciosamente. Preguntado con expertos. En fin, toda una búsqueda, pero a como diera lugar había aprendido a preparar Mojitos. Sabía que aunque su coctel preferido era el Margarita clásico, lo cubano también era muy especial para ella. Con el paso del tiempo había aprendido el lugar exacto de colocación de los individuales, las servilletas, los vasos y los cubiertos al servir la mesa y regularmente lo hacía. Me encantaba hacerlo. Terminando el segundo trago no caminaba, bailaba, se desplazaba al ritmo de la música mientras servía cada plato, sonreía ante cada comentario, se inclinaba sobre mi hombro y besaba suavemente mi mejilla, mientras yo preparaba el jugo de limón para el siguiente. Cada bocado era un éxtasis, el sentido del gusto se extendía, sentía en mi paladar como un compilado de información traído por todos los demás. Combinado con el "Viu Manent Reserva Chardonnay del 2009", podía identificar el sabor de "Sorpresa de harina con boniato", del humo que aún salía de las ollas, del limón tajado en rodajas, del rojizo del salmón, de la manera de cortarlo, de la medida justa de ron para el coctel, de la mirada y del abrazo al recibirme, de cada beso transcurrido durante la cena, de cada uno de los momentos en que bailamos y nos miramos fijamente. Mientras lavábamos la losa, después de pelearnos por quien ponía el jabón y quien enjuagaba, después de reírnos al comparar la postura de los guantes con la de los preservativos, mientras sentíamos esa sensación de quietud que aparece después de un clímax, pensaba: si, definitivamente, así, de esta manera, me gustan las mujeres en la cocina.

jueves, 12 de agosto de 2010

Un hombre sin secretos – Ficciones de Raúl (4)

me puedes guardar un secreto, me dijo...
soy un hombre sin secretos, lo siento, tal vez me es imposible,
mmm, no importa, tan sólo pensé que podría ser tu secreto...

Ella sabía todo de mí. Estaba a su merced. Es posible que eso me hiciera frágil. Tal vez no, al contrario. Pensaba que mi mayor fortaleza era mi fragilidad. Nunca supe en que momento había desaprendido esos movimientos de los músculos del rostro, del cuello, de los hombros, y ese tono de la voz que nos permiten sostener una mentira y seguir actuando con esa llamada "naturalidad", para los cuales me habían entrenado muy bien desde mi infancia. Sin proponérmelo había decidido ser así. No tener secretos. Buscar una transparencia absoluta que intuía como expresión de libertad. Quería ser así. Quería tener una aceptación total. Tal como soy. Las cosas que hago. Como las hago. Cuando las hago. Me sentía con el derecho pleno. Por eso contaba todo, hablaba de todo. A quien conocía, lo que sentía, lo que dejaba de sentir. Ella podía entrar y salir de mi vida, todo el tiempo, a cualquier hora. Por eso siempre estaba disponible al teléfono y nunca dejaba de contestar una llamada. Me puedes llamar a cualquier hora, decía, en cualquier momento, siempre te contestaré. Igual al contrario ¿Ves como soy? Siempre contesto el teléfono, delante de ti, no importa con quien hable, no tengo nada que ocultar. O el Messenger, siempre atento, siempre en el BalckBerry, nunca te he dejado de contestar. También por Skype, todo el tiempo, si, hablando, con el vídeo, puedes ver mi sala, mi cocina, mi cuarto, todo, siempre expuesto. Sentía entonces que cuando me miraba podía penetrar dentro de mí. Dentro, muy dentro, casi sin límite. Podía predecirme, podía adivinar mis lugares, mis tiempos y mis acciones. Podía saber con seguridad la cantidad de amor que le expresaba en cada momento y las cercanías y lejanías de acuerdo con mi estado de ánimo. Otras veces pienso que no era yo. Que no era mi transparencia. Que en realidad no era traslúcido. Que todo estaba en ella. Era su intuición, su mirada, su tacto, su paciencia. Me leía, me escaneaba, me olfateaba. Pero todo de manera silenciosa, despreocupada, sin ninguna intención. Más bien como un ejercicio rutinario, sin esfuerzo alguno, como cuando se respira. Como parte de una mágica habilidad lograda que hacia parte de su ser. Al final, eso no importaba, fuese ella o fuese yo mi sensación era la misma. Sin embargo, ¿qué sentía ella? ¿De qué manera asimilaba mi vulnerabilidad? ¿La usaba acaso tal vez de manera sutil como una forma de manipulación? Al principio no importaban, pero poco a poco iban minando estas preguntas, se hacían más grandes, de un susurro se fueron convirtiendo en gritos que poco a poco resonaban. Si, fue así. Igual sin proponérmelo una tarde no las pude aguantar más, tenía una fuerte angustia, sentía un nudo en alguna parte, no en la garganta, tal vez en los tobillos, en la cien, en los ojos o en la boca. Sentía como si mi cuerpo no tuviese espacio propio. Era etéreo, volátil, informe. Necesitaba asirme a un punto, a un ancla, una capa sobre mí que pudiera, aunque fuese por un momento, detener esa mirada. Necesitaba un referente que me hiciera sentir que tenía una certeza. Y apareció, vino entonces el momento revelador, la idea absurda pero salvadora. Necesitaba tener un secreto. Si, un secreto. Como era un hombre sin secretos tenía la imperiosa necesidad de inventarme un secreto. Por eso comencé a desaparecer, si, lo hacía cada jueves, a la misma hora, la misma ausencia, la misma escusa. La misma pregunta ¿y Raúl? ¿Cada jueves? ¿A la misma hora? ¿La misma ausencia? ¿La misma excusa? Si la misma pregunta. Si no fuese por esta USB pegada con cinta a una tarjeta y con chinches al techo del baúl, con más de cien canciones de múltiples dedicatorias, con más de cien archivos en Word con igual cantidad de escritos de ficciones, que tal vez en algún momento comience a compartir, todos con la fecha de esos jueves, a la misma hora, de la misma ausencia, de esta historia del invento del secreto no sabría hoy si fue simplemente un sueño, o tan sólo una ficción más de las allí guardadas.

jueves, 5 de agosto de 2010

Una noche des concierto – Ficciones de Raúl (3)

Porque detrás de las palabras no hay nada.
Son luces de bengala que se deshacen en el aire.
La madre de Beatriz en “El Cartero”


Si, fueron tan solo palabras. Conversación, fluida conversación. No pasó nada. Eso pensé al mirar las boletas que tenía en mi mano. No entiendo cómo, ni en qué momento pudieron llegar a este baúl. Las hacía tiradas y desechas en el suelo por miles de pisadas que corrían estrepitosas huyendo del concierto o tal vez del desconcierto. Yo voy a matar a ese hijueputa policía que le pegó a mi novia, recordé había gritado el hombre después de arrebatar el micrófono a la presentadora en la tarima. Se creó un silencio catastrófico. Si, un silencio de milésimas de segundo pero que fue suficiente para que un momento después una turba huyera previendo el desenlace. Que lástima me dijo, quería ver cantando a Andrea pues nunca la he visto en vivo. Por pura coincidencia había ido conmigo al Estadio. Tal vez era la última persona en quien hubiese pensado para ir, pensaba mientras comenzaba dormitar después de recibir de ella un tímido beso en mi mejilla y escuchar su buenas noches, con esa mirada de que rico que estés conmigo esta noche aquí en mi casa. Tenía cinco boletas VIP que me habían dado. Que curioso, boletas VIP para un concierto de Rock, pero era así. La vi en la cafetería y me saludó. Sonreí con una de esas sonrisas pre-fabricadas que se hicieron para autoconvencerse de que uno quiere caerle bien a todo el mundo. La verdad es que la conocía muy poco, había compartido con ella al menos un par de reuniones de tres horas y una conversación en mi oficina. Me parecía una joven tímida y tal vez inteligente. Esto último lo adivinaba en el juicio con que presentaba sus informes. ¿Qué es eso que llevas en la mano? Me preguntó, mientras me saludaba. Entre… son boletas… concierto de Rock… los grupos locales… Aterciopelados… me encantan… ya era una invitada más a una de las noches del Miche Rock Festival. Lo cierto es a veces lo más incierto, me decía a mi mismo, a la siete de la noche de ese jueves, mientras esperaba en el parqueadero, junto al carro, y nadie llegaba. Que vaina, me decía. Justo cuando decidía irme solo, ella apareció. Caminaba con su sonrisa. Ajá ¿vamos? Mmmm, estoy esperando al resto de gente…. Y ¿quiénes son? Una… dos… tres cancelaciones cuatro tú y cinco yo… vámonos sin ellos. ¿Tu carro o el mío? El tuyo dije… me gusta ser copiloto de mujeres, dejarme llevar. Hablábamos de todo. Poco a poco íbamos quitándonos todas esas capas que nos ponemos sobre nosotros como ropa. Era como si cada frase que me decía y cada cosa que me contaba fuese develando un poco más su parte interior y me incitara a contar una historia que pudiera desnudar un poco más la mía. Si, era un streptease mutuo. Voluntario. Seducido. Las risas eran cada vez más estrepitosas. El contexto se diluía, era cada vez más lejano, no había background, éramos ella y yo, una fusión, éramos palabras, gestos, lenguaje, conversación. Mi atención estaba centrada en su rostro, en sus gestos, en su risa, en su mirada, en sus palabras. Su atención estaba centrada en mi rostro, en mis gestos, en mi risa, en mi mirada, en las imágenes que creaban mis palabras. Mi éxtasis estaba en la espera de ese torbellino de sensaciones que emanaban de su boca, del movimiento al inclinar un poco hacia abajo su cabeza, de su risa un poco nerviosa, de sus gustos por la música, de sus historias de amores en pasado continuo. Fue una sola conversación. Comenzó en ese momento junto al carro… luego en el parqueadero de mi apartamento… en la fila de la entrada del concierto… en la agitada carrera de huida colectiva de su cierre… en las dos últimas frías de la noche en la Troja… en el quédate aquí esta noche, mira que no tienes carro y ya es tarde… en su sala, en su escalera, en la entrada de su cuarto… si, todo esto pensaba mientras comenzaba dormitar después de recibir de ella un tímido beso en mi mejilla y escuchar su buenas noches, con esa mirada de que rico que estés conmigo esta noche aquí en mi casa. Me di dos vueltas más en la cama, abracé la almohada y dormí profundamente hasta muy tarde al día siguiente en su cuarto de huéspedes.