jueves, 12 de agosto de 2010

Un hombre sin secretos – Ficciones de Raúl (4)

me puedes guardar un secreto, me dijo...
soy un hombre sin secretos, lo siento, tal vez me es imposible,
mmm, no importa, tan sólo pensé que podría ser tu secreto...

Ella sabía todo de mí. Estaba a su merced. Es posible que eso me hiciera frágil. Tal vez no, al contrario. Pensaba que mi mayor fortaleza era mi fragilidad. Nunca supe en que momento había desaprendido esos movimientos de los músculos del rostro, del cuello, de los hombros, y ese tono de la voz que nos permiten sostener una mentira y seguir actuando con esa llamada "naturalidad", para los cuales me habían entrenado muy bien desde mi infancia. Sin proponérmelo había decidido ser así. No tener secretos. Buscar una transparencia absoluta que intuía como expresión de libertad. Quería ser así. Quería tener una aceptación total. Tal como soy. Las cosas que hago. Como las hago. Cuando las hago. Me sentía con el derecho pleno. Por eso contaba todo, hablaba de todo. A quien conocía, lo que sentía, lo que dejaba de sentir. Ella podía entrar y salir de mi vida, todo el tiempo, a cualquier hora. Por eso siempre estaba disponible al teléfono y nunca dejaba de contestar una llamada. Me puedes llamar a cualquier hora, decía, en cualquier momento, siempre te contestaré. Igual al contrario ¿Ves como soy? Siempre contesto el teléfono, delante de ti, no importa con quien hable, no tengo nada que ocultar. O el Messenger, siempre atento, siempre en el BalckBerry, nunca te he dejado de contestar. También por Skype, todo el tiempo, si, hablando, con el vídeo, puedes ver mi sala, mi cocina, mi cuarto, todo, siempre expuesto. Sentía entonces que cuando me miraba podía penetrar dentro de mí. Dentro, muy dentro, casi sin límite. Podía predecirme, podía adivinar mis lugares, mis tiempos y mis acciones. Podía saber con seguridad la cantidad de amor que le expresaba en cada momento y las cercanías y lejanías de acuerdo con mi estado de ánimo. Otras veces pienso que no era yo. Que no era mi transparencia. Que en realidad no era traslúcido. Que todo estaba en ella. Era su intuición, su mirada, su tacto, su paciencia. Me leía, me escaneaba, me olfateaba. Pero todo de manera silenciosa, despreocupada, sin ninguna intención. Más bien como un ejercicio rutinario, sin esfuerzo alguno, como cuando se respira. Como parte de una mágica habilidad lograda que hacia parte de su ser. Al final, eso no importaba, fuese ella o fuese yo mi sensación era la misma. Sin embargo, ¿qué sentía ella? ¿De qué manera asimilaba mi vulnerabilidad? ¿La usaba acaso tal vez de manera sutil como una forma de manipulación? Al principio no importaban, pero poco a poco iban minando estas preguntas, se hacían más grandes, de un susurro se fueron convirtiendo en gritos que poco a poco resonaban. Si, fue así. Igual sin proponérmelo una tarde no las pude aguantar más, tenía una fuerte angustia, sentía un nudo en alguna parte, no en la garganta, tal vez en los tobillos, en la cien, en los ojos o en la boca. Sentía como si mi cuerpo no tuviese espacio propio. Era etéreo, volátil, informe. Necesitaba asirme a un punto, a un ancla, una capa sobre mí que pudiera, aunque fuese por un momento, detener esa mirada. Necesitaba un referente que me hiciera sentir que tenía una certeza. Y apareció, vino entonces el momento revelador, la idea absurda pero salvadora. Necesitaba tener un secreto. Si, un secreto. Como era un hombre sin secretos tenía la imperiosa necesidad de inventarme un secreto. Por eso comencé a desaparecer, si, lo hacía cada jueves, a la misma hora, la misma ausencia, la misma escusa. La misma pregunta ¿y Raúl? ¿Cada jueves? ¿A la misma hora? ¿La misma ausencia? ¿La misma excusa? Si la misma pregunta. Si no fuese por esta USB pegada con cinta a una tarjeta y con chinches al techo del baúl, con más de cien canciones de múltiples dedicatorias, con más de cien archivos en Word con igual cantidad de escritos de ficciones, que tal vez en algún momento comience a compartir, todos con la fecha de esos jueves, a la misma hora, de la misma ausencia, de esta historia del invento del secreto no sabría hoy si fue simplemente un sueño, o tan sólo una ficción más de las allí guardadas.

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